Archivo diario: 28 junio, 2011

París a pie (I)

Paris, peniches en la rive droite

En la costa de La Mancha se registraron ayer treinta y cuatro grados. Llega el calor seco y exótico. Sudar. El cielo azul sin nubes es algo extraordinario. Sólo las líneas blancas de los aviones y alguna nube pequeña como un borrón feliz. Un plano azul de fondo para las grandes cúpulas de cristal y hierro del Grand Palais o para los decorados barrocos y los oros altos de los caballos alados.

Los barcos, la espuma, los trazos de burbujas y los toques de luz vibrantes en las ondulaciones tranquilas. En las naves pequeñas las mujeres van en la proa dorándose al sol y los hombres al timón. Los contrastes de la gente y su sombra animada se dibujan con la nitidez del verano. La hierba cuidada y verde permanece húmeda a la sombra de los castaños enormes.

churchill_jardins_du_grand_palais_maite_diaz_gonzalez2011webEncuentro a Churchill en marcha, a pie de calle avanza entre los árboles. De espaldas y envuelto en su abrigo largo y oscuro, parece un oso bueno. Un poco más grande que el natural pero sin pedestal y a la sombra de un pino. El retrato monumental humanizado por una escala amable, sin gritos. La gente se refresca metiéndose en la fuente a los pies de Churchill o descansando sobre la hierba bajo los frondosos árboles.

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En la avenida que bordea el Sena, en la parte alta, los castaños recortados dibujan dos murallas verdes en dirección a la Plaza de la Concordia. Atravieso la plaza en bicicleta. Desde el puente, el sonido de los barcos, el bullicio y las narraciones de los guías en chino son las más sonoras. Los asiáticos son los únicos que llevan sombrillas para protegerse del sol en París.

Recorrer la ciudad siguiendo el río desde la perspectiva baja del canal engrandece las proporciones y los edificios. Paseando en bicicleta llevas un estatus privilegiado e independiente de transeúnte entre motorizado y peatón que se adapta a las aceras amplias o a la calle.

El río en verano mueve miles de personas, es una industria dinámica y competitiva. Las diferentes empresas turísticas de transporte fluvial -los Bateaux Mouches con sus barcos modernos de dos pisos, Les vedettes de París con un diseño más tradicional o Mississippi y su estilo neworleans, más pausado, con sus barcos de madera blancos y sus norias rojas- no paran de surcar el Sena que no ha dejado de ser un gran puerto.

En los muros se conservan los aros de hierro que fueron los amarres de barcos de mayor envergadura. Siguiendo la tradición duchampiana del pasado siglo XX, «el gran muro» y sus anillas dispuestas a intervalos regulares podrían entrar ya al museo y legitimarse como una instalación. Un ready-made fotográfico y un título: los aros del viento, como aquel porta-botellas, pero ahora sólo «documentado» fotográficamente cumpliendo así una de  las directivas de los burócratas de la cultura, la de la inmaterialidad del arte. En el muro no han quedado sus nombres, solo las huellas de los grandes herreros y fundidores, sus piezas como testimonios de lo que fue el gran puerto y la vida marinera y mercantil de París.

Los espacios que fueron los muelles hoy son las vías rápidas y los paseos que bordean el río. Los domingos cierran el acceso a la rive gauche para que la gente monte bicicleta, patine o simplemente pasee por los antiguos muelles de la ciudad. La sensación marítima es sorprendente en los grandes ríos del norte. A falta del olor reconfortante del salitre, muchas veces revolotean las gaviotas  en la popa de los navíos en marcha, entre las banderitas y los amarres.

El puerto de Le Havre y la ciudad de Honfleur -donde desemboca el Sena- está a tres horas y media por carretera desde París. Un gran puente suspendido une a las dos ciudades separadas por el río que fluye inmenso para abrirse en la mar.

© 2011 Maite Díaz