Memorias de mi padre (II)


José Antonio Díaz Peláez trabajando en los jardines de la Universidad de La Habana. Fines de los 60

LA IMPUNIDAD

Salimos temprano de casa. Mi padre cuando se enfadaba hablaba poco y caminaba deprisa. Comenzaban los problemas mecànicos, el coche no marchaba bien, como si las máquinas al igual que los hombres fueran entrando lentamente en una huelga de brazos caídos, era el fin de la década de los 60. Un grupo de artistas organizaron unas jornadas de trabajo en los jardines de la Universidad de La Habana, en la colina. La idea era llevar la creación, la realización de una pieza al espacio público, trabajar en contacto con la gente. El arte abstracto a duras penas había logrado sobrevivir, después que los ideólogos del partido comunista, estalinistas, como Edith García Buchaca o Juan Marinello intentaran tratar de imponer los dogmas comunistas del realismo socialista como normas a seguir por los creadores. Se reunían en casa y discutían, Tomàs Oliva que había sido director de artes plásticas y el ideólogo de los artistas plásticos, había decidido abandonar la nave. Antonia Eiriz años después, con su humor y con cariño me decía : – Tomàs nos embarcó a todos. Tomàs Oliva había estado relacionado con las juventudes socialistas, era el que tenía la formación política y la jerga marxista. A principios de los 60 mi padre José Antonio Díaz Peláez, Antonia Eiriz, Manuel Vidal, Tomàs Oliva, Hugo Consuegra, Guido Llinás y otros comenzaron a trabajar en un espacio experimental adjunto al Ministerio de la Construcción que todavía se llamaba Obras Públicas, la experiencia duró poco tiempo, luego los que no se fueron pasaron a dar clases de bellas artes a San Alejandro o a la Escuela Nacional de Arte.
La experiencia de la escuela Bauhaus, las ideas sobre la creación, el arte y la vida, eran conceptos sobre la libertad, la expresión individual que los artistas querían compartir y desarrollar en los planes educacionales. El poder político desconfiaba de ésta generación que había sido formada antes de la revolución y que mantenía sus ideas estéticas que la situaban en el mainstream de la cultura contemporànea occidental que se desarrollaba en New York y en Europa, espacios que habían recorrido en sus viajes de estudio o lugares en los que habían residido, trabajado y expuesto. Era una guerra sorda de sobrevivencia, en paralelo, la represión política, los campos de la UMAP, las recogidas de los hippies y los homosexuales en el parque Villalón en los camiones de la leche, los intelectuales que comenzaban a quedarse como Cabrera Infante, los que se decidían a partir perdían su trabajo como Tomàs Oliva que estuvo tallando mármoles en el cementerio Colón, esperando la visa a España que no llegaba. En medio de éste paisaje, de encuentros clandestinos, prohibiciones de entrada a la UNEAC a los que habían decidido irse, caminábamos atravesando la Plaza de la Catedral, se dirigía a pedir cuentas a Pavón al Palacio del Segundo Cabo donde tenía sus oficinas. Las piezas realizadas en la Universidad habían sido recogidas y enviadas al desguace sin previa consulta con los artistas, sin intervención de la crítica, o de especialistas del Museo, alguna orden poderosa había decidido la suerte de aquellas realizaciones, como cumpliendo un deseo de borrar la experiencia. Llegamos, subimos las escaleras, y pidió ver a Pavón, no tenía cita, nos hicieron esperar. Bajé al patio central del palacete colonial y estuve mirando el pozo profundo que había sido cubierto con una reja, lancé alguna piedra, se oían las gaviotas del puerto, y el cielo era azul, limpio, remonté las escaleras, y vi a mi padre de pie, célebre por sus encabronamientos argumentaba a la secretaria e insistía que quería explicaciones sobre aquella falta de respeto.
Pavón no lo recibió, la impotencia y la impunidad, era la nueva realidad a la que debía acomodarse. Me miró con ternura y me dijo: -venga, nos vamos a navegar. Bajamos y nos fuimos al Muelle de Luz, al embarcadero de la lancha de Casablanca. Quedamos en la proa, subió una pierna y descubrí una cicatriz, me contó que le habían herido durante la guerra. La marca era como un cràter redondo y profundo a un costado de la pierna. Las gaviotas volaban bajas, atracamos y caminamos un rato. En el año 1939, después de una guerra y de un viaje de huída, había tocado tierra, -encontrando refugio- en ésta orilla de la bahía de La Habana.

Maite Díaz

Díaz Peláez, y los escultores Sergio Martínez, Enrique Moret, valenciano veterano de la guerra de España y Tomás Oliva.

De Izq a derecha, Salvador Corratgé, Carmelo González, Díaz Pelàez, Eduardo Abela (hijo), y Sergio Martínez. Detrás Tomás Oliva, Enrique Moret, Rita Longa.

7 Respuestas a “Memorias de mi padre (II)

  1. Menendez-Conde Ernesto

    Muchas gracias por estas anecdotas, Maite. Podrías recordar en que año exactamente ocurrió?
    Saludos.

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  2. Gracias Ernesto,

    como ves he puesto fines de los 60 porque no estoy segura de la fecha. Tomás Oliva estaba aún invitado así pienso esto fue 1968 o 1969, pero debo preguntar a mi madre si lo recuerda.
    Quedan en La Habana de la foto Corratgé y Abela, quizàs ellos recuerden la fecha con exactitud. Saludos

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  3. Gracias Laura,

    en el norte de España hay una tradición metalurgica muy importante y antigua. Mi padre es de origen asturiano y en la familia hay herreros, como el padre de Ledesma; el escultor vasco que me muestras. La pieza caja de música es hermosa, gracias por tu comentario, saludos.

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  4. Deberías escribir un libro, seguro ya lo estás haciendo, o barruntando. Muy bueno.

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  5. Victoria Ruiz-Labrit

    MAITE, AHORA NO TE PUEDO DECIR NADA, EL VER LAS FOTOS ME HA DADO TREMENDA ALEGRIA PERO TAMBIEN ME HA PUESTO UN NUDO EN LA GARGANTA.MIL GRACIAS POR ELLAS.
    CARIÑOS VICKY

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  6. Hola Maite, me encanta leer estas memorias. También me produce cierta nostalgia. He intentado hacer algo parecido, pero me sobrecoge de sobremanera. Fué una época sórdida, de falsas expectativas donde se malgastó mucha energía creativa (malgasto y desperdicio que no ha cesado).
    Un beso desde Seattle de Adela y mio,
    Tomas

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  7. Me haces llorar. Debe ser esta época o yo que soy un comemierda.

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