LA SANGRE DE LOS MÁRTIRES (III)
En la sociedad romana, violenta, las ramas diferentes del judaísmo se convierten en un problema de orden público màs que religioso. La atrocidad, la violencia de las escenas de lucha en las arenas en las que hombres se desagarran entre ellos o luchan contra fieras forman la cotidianidad social y el ocio de los romanos. El suplicio, la crucifixión, decapitar, son decisiones que toman los gobernadores para imponer el orden.
Los judíos y cristianos no aceptan el contrato social de los romanos, se aislan, se niegan a participar, y desde su testarudez y obstinación religiosa no comparten la vida de rituales, muchas veces violentos que estructuran la sociedad romana.
«Hacemos honores al Cesar -diràn- pero tenemos un sólo Dios».
Para algunos cristianos el martirio, morir como prueba de fe, es una manera de hacerse célebre. En una sociedad estratificada socialmente, el interés del martirio es que permite a cualquiera que se sacrifica por una causa, romper con su estatus social de marginación. El culto del martirologio es una característica del cristianismo primitivo heredado del judaísmo. Un especialista en las leyes hebreas, sin embargo, explica que el castigo del cuerpo y el suicidio son nociones ajenas al judaísmo, para el judaísmo la vida es lo màs importante, no la vida después de la muerte. La aceptación del martirio como la vía para no renegar la fe en su Dios, el martirologio como una forma de comunión con la muerte de Cristo comporta una actitud perversa que es condenada por Clemente de Alejandría al final del siglo II.
Es un concepto desvastador según Pierre Maraval, el deseo de reconocerse, de parecerse a Cristo, de compartir sus sufrimientos. Esta necesidad es interpretada como un reflejo de una nostalgia del sacrificio sangriento de Cristo y también del sacrificio humano.
Analizan el vértigo del martirio, del suicidio, como la idea de que el cielo restablecerà la justicia. Aparece aquí el ejemplo de la carta dejada por Mohamed Ata, antes de los atentados a las torres gemelas, en la que concibe su acto como un sacrificio público, un testimonio através de un gesto espectacular. En el Islam, chahid que significa martirio, es la transformación del concepto de màrtir cristiano; los musulmanes retoman las concepciones, judías, cristianas y ortodoxas. El concepto de màrtir en el Islam es fundamental, el màrtir muere por su fe, contra un enemigo pagano, no musulmàn o musulmàn de otra categoría, morir como un soldado muerto en combate, soldado que tiene el derecho de matar, y que tiene que aceptar la posibilidad de morir y de matar. El mito reaparece. La paradoja de aquellos que se denominan màrtires de Dios, es que retoman el mito hebreo de Sanson.
La literatura martirológica, son relatos que glorifican la violencia, por su caràcter obsceno son calificados de pornográficos, los espectáculos públicos de muerte, la glorificación del dolor de personas que resitirían màs allà de lo que un ser humano podría soportar. El màrtir desafía la violencia humana es un conquistador aunque parece una víctima. Con su suplicio domina al gobernador romano, la víctima aparece como alguien capaz de vencer, con «la ayuda divina», el màrtir es capaz de vencer en cualquier circunstancia.
El martirio como ficción popular próximo a relatos de la literatura popular, relatos sadomasoquistas de tortura. En Roma ser mujer y esclava significaba la peor de las discriminaciones, el martirologio femenino las transformaba en màs fuertes en virtud de su compromiso con Cristo. Los màrtires son héroes invertidos, son los vencedores en la muerte. Esta relación con el sacrificio, el suicidio, es visto como una especie de locura para las personas no cristianas. Los relatos son de muerte y tortura y se convierten en instrumentos de propaganda, en testimonios del poder de la fuerza de la sangre, del sufrimiento, del sacrificio.La autoridad en éstos relatos es divina, es Dios y no el Emperador. La resurrección se convierte en un universo alternativo que les conforta como cristianos.
Illustración del Beato de Liébana para los comentarios del Apocalipsis (776 n.e)