Fragmento de la entrada de la Catedral de Reims. © 2010 Maite Díaz
Viajar por la región de Champagne hasta llegar a Reims. Seguir la ruta pintoresca de los pueblos viticultores, los viñedos verdes en verano, los valles ondulados y todos sembrados de trigo y viñas. La luz del verano acariciando el trigo maduro y haciendo brotar las amapolas. El río Marne serpenteando refrescante los campos, la Marne terapia, así llaman los franceses a dejarse llevar por un paisaje hermoso y trabajado. La Catedral es una joya del gótico y un punto simbólico en la historia de Francia desde hace mil seiscientos años. Del bautizo de Clovis, rey de los francos a la reconciliación franco-alemana iniciada después de la segunda guerra mundial por De Gaulle, y, entre tanto, durante la guerra de los Cien Años, en 1429, Juana de Arco asistía a la coronación del rey Charles VII.
La Catedral de Reims y la sorpresa de su altura, sus filigranas y su ligereza. Las torres miden ochenta y un metros y están estructuradas por columnas finas de piedra. Las vidrieras luminosas, los vitrales de Chagall y los àngeles decapitados durante la revolución, el homenaje que deja la furia destructora. La nada y la ausencia. También las de la guerra. Los rastros de la primera guerra mundial, cuando los alemanes obligados a retirarse la bombardearon con obuses, incendiàndola. Cuentan que las gárgolas, antes de caer, escupían el plomo fundido de los techos de la Catedral. La guerra. Antes de llegar a la ciudad de Reims, en los valles, los prados inmensos sembrados de cruces, y allí descansan cinco mil italianos, miles de franceses, americanos, algún africano, musulmanes que habrían combatido en el ejército francés y hebreos en las necrópolis alemanas y francesas. En la fachada de Nuestra Señora de Reims, el apocalipsis y la violencia narrada y ejecutada. La Catedral sufrió tanto durante la guerra que estuvo veinte años cerrada y fue restaurada en gran parte gracias a las donaciones de Rockefeller.
Las esculturas increíbles en sus detalles, miles, dos mil trescientas dos en total. Decenas de tamaños organizadas en las escenas bíblicas y representando a los diferentes reyes. Un fresco en piedra de escenas simultáneas. Es impresionante el edificio por su audacia, la estructura de bóvedas de treinta ocho metros de altura formando las galerías a ambos lados de la nave central de doce metros cincuenta de largo. La misma cifra mágica para el diámetro del rosetón de la fachada principal.
Los arcos ojivales y las bóvedas de crucería dibujan un recorrido y una perspectiva brumosa en los ciento treinta y ocho metros de largo de la Catedral. El silencio y el órgano gigantesco. La sensación de elevación, como si con la luz coloreada de los vitrales perdiéramos la gravedad en el interior de un gran pez.
© 2010 Maite Díaz