Torre Eiffel. París primavera. © 2009 Maite Díaz
Los viajeros en fuga descienden ràpidamente de los vagones y entran en los tumultos parisinos. Bajamos en Saint Michel y cambiamos al tren C para llegar al Champs de Mars, el Campo de Marte, el dios de la guerra según el panteón romano. Hoy es jueves y pienso, siguiendo el juego de la mitología, que los buenos augurios de Júpiter nos preparen una mañana soleada y tranquila. Nos siguen los alemanes por los andenes, la señora me pregunta la dirección para llegar a la Torre Eiffel, es su primer viaje, debe tener cerca de sesenta años.
La torre de día se estructura nítidamente con su color marrón pastel. El color Eiffel, único, creado especialmente para la arquitectura imponente de una modernidad concebida por el genio. Su tono diurno es tranquilo, un tono discreto para una estructura de hierro atornillado que ha envejecido con la elegancia de la sobriedad. Su altura, su emplazamiento en medio de la urbanización parisina nos permite descubrirla desde diferentes ángulos. De noche la torre se ilumina, las luces doradas la envuelven en un dibujo melancólico. A medianoche, a determinadas horas programadas estalla en una red de luces centelleantes que como en un relàmpago despiertan al viajero y lo devuelven a la existencia de la programación informàtica. Decenas de teléfonos móviles atrapan la instantànea que viaja segundos después a Australia, Arizona, Tokío, Barcelona o Berlín.
La mañana hermosa invita a los colegios del barrio a almorzar sobre la hierba. Un grupo de niños de seis años aproximadamente, sentados en un gran círculo, ríen y buscan dentro de sus bolsas sus baguettes sandwichs. Las maestras luchan por espantar a los cuervos. Las aves de pico fuerte y ojos extraviados revolotean y se les acercan con insistencia. Los cuervos son aves poderosas, sus cuerpos negros, lisos, brillan metàlicos. El batir de sus alas y sus graznidos desconcertantes en primavera, invaden durante segundos la tranquilidad del parque.
Ives Montand canta Á Paris…oh ! je voudrais tant que tu te souviennes…des jours heureux
Camino descalza sobre la hierba. Imagino el Champ de Mars hace màs de dos siglos, cuando era un terreno cenagoso cerca del río o cuando desde la École Militaire, venían los soldados a entrenarse en el campo de tiro. Imagino las descargas y pienso en la playa al este de La Habana, con el faro a la entrada de la bahía, el cañonazo de las nueve y las murallas cerràndose. Los muros. La guerra. El contacto con la hierba me regresa a París, a Parmentier y su bouquet de fleurs de pomme de terre, su regalo como un reclamo publicitario a Louis XVI, su tozudez filantrópica para convencer de las maravillas y los alivios que podría representar el cultivo prohibido desde 1748. Parmentier había descubierto la patata durante el tiempo que permaneció como prisionero de guerra en Alemania. La guerra de los Siete años fue una confrontación que enfrentó a Francia contra Inglaterra y Prusia entre 1756 y 1763. Tiempo después, trabajando como farmacéutico en el Hôtel Royal des Invalides, organiza los primeros cultivos experimentales de pomme de terre, la manzana de la tierra, el tubérculo estrella traído desde América y que tantas hambrunas alivió en Europa. Parmentier, convencido de las calidades de la planta desde el punto de vista culinario y nutritivo, organiza cenas invitando a personalidades como Benjamin Franklin y Lavoisier, éste último, fue un destacado científico que años después sería guillotinado por el terror revolucionario en 1794. El rey Louis XVI, antes de la Revolución, autoriza a Parmentier la organización de la producción de patatas en los prados de Neuilly, a las afueras de París.
No hay ningún homenaje a Parmentier en el parque del Champ de Mars. Quizàs en los días de verano, cuando los paseantes vienen en plan picnic con cestas, bolsas de patatas fritas, es posible alguno deguste un hachis parmentier, o tal vez, conversando entre amigos intercambien la receta de la abuela del pastel de patata y carne picada, como un tambor con queso, dorado pacientemente al horno, sin saber que en Francia, las primeras plantas germinaron aquí donde fueron recogidas también las primeras cosechas, protegidas por un hombre de ciencias y por sus certezas. En éste mismo lugar, años después, se construyó la torre Eiffel concebida para la exposición universal de 1889; un proyecto en principio efímero que se ha convertido en el símbolo de la ciudad. Un espacio fértil, en el que hace unos años, el estado francés instaló el monumento aux Droits de l’Homme.
©2009 Maite Díaz
Muy lindo Maite.
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Gracias Cuco, me alegra te haya gustado el paseo. Saludos.
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